Buenos días,
Amor.
He tardado
en contestar tu carta.
Te escribo
ahora
para hacerte
saber de mí,
de cómo te
deseo,
y la
ausencia que me embarga...
Estoy
solo,
asomado
al ajimez de esta larga madrugada.
Mi
piel seca, como arena del desierto
lejos
de ti, espera el grito que me llama.
Te
busco en esta noche triste, ausente,
mientras
las lágrimas escriben
en
mi rostro un libro,
que yo
quisiera de amor interminable.
Quisiera
acercarme a ti, que duermes,
y
dejar, a escondidas, sobre tu ser desnudo
mi
semilla de albada y de ternura;
que
te despiertes como el campo
cubierta
entera por la escarcha.
Recorrería
con besos las lindes de tu cuerpo
y
uniría de nuevo el cielo con la tierra,
la
noche con el día; la uva y el mosto;
el
espíritu, la carne, el fruto y la semilla;
restituiría
por ser contigo
la
unidad original del mundo,
que
algún dios, alarife pecador, quebrara.
Duermes,
sin que pueda tomar
en
mi mano vacía
de
la acequia desbordante de tu vientre
un
dedal siquiera,
una
leve medida de tu agua.
Consérvate bien.