Amó mi madre sierra y olivares,
paseó sus
veredas, recogió la aceituna,
espárragos y
setas,
limpió los
ruedos.
El agua del
arroyo mientras tanto
apagaba la
sed del jabalí.
Desvanecía
el aire sus dolores,
y, así
mismo, el aullido de los lobos
en la noche,
la luna entre zarzales
y la trova
del cuco en la arboleda.
Cuando llegó
la muerte, quedó el arroyo seco,
apartó de su
cauce la ternura,
y ardieron
los olivos.
Mis hermanos
vendieron las cenizas
del recuerdo
al extraño,
unas cuantas
monedas me robaron
las huellas
del camino.
Me quedan
los desechos:
unas briznas
de hierba, el blanco de la jara
y cuarzo mineral para cerrar
heridas.
Una buena forma de espantar fantasmas: sacarlos a la luz, exponerlos al brillo del sol y si es en forma de poesía: bienvenida.
ResponderEliminarGRACIAS POR TU COMENTARIO. PERO NO SON LOS MISMO "FANTASMAS" QUE "HERIDAS". BLASIUS.
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