La teoría de la naturaleza,
la moderna física, la cibernética, etc.,
han comenzado a sentir la inseguridad
de sus construcciones,
si no incluían en ellas el lenguaje.
Emilio Lledó
En este apartamento
prestado
arden con el viento
de levante
las paredes vacías.
El techo pintado de
azul verdoso,
la cilíndrica
columna del salón,
la barra del bar,
la cama sin dueño,
los armarios de
puertas sin barniz,
todo se funde en la
siesta profunda
de los metros
construidos.
La radio deja de
sonar intermitente
sin alguien a quien
haga bailar,
porque tal vez
también quisiera ser
sudor humano en las
muñecas
de este tiempo de
estío.
La gente se derrama
en la playa
esparciéndose como
granos de arena,
igual que se
deshacen las frases
dentro del
diccionario en voces sueltas
que anhelan sentido
en compañía.
La vulgar, trivial
y profunda senda
del lenguaje pierde
significado
precisamente allí
donde la física
quema los cuerpos y
la cibernética
los reduce a
autómatas del sol.
Posas desnuda en el
cuarto contiguo
ante las páginas de
uno de los libros
más leídos según la
lista de éxitos
del último
periódico.
Hace muchos años
que te amo,
he gastado muchas
horas
en entenderme
contigo
y no distingo hasta
qué punto
tu biografía
alimenta ya el cansancio,
donde viajan tus
sueños desiguales
cuando no estás
conmigo
averiguando roces
que no supe darte,
ni acierto a interpretar los huecos
de espacio,
libertad, sexo y palabra
que sincronizan e
inundan los días
dentro de la
estructura expresiva
que guarda
inconsciente tu espalda dolorida.
También mi vida
resulta insegura
si no incluye en su
construcción
el debido lenguaje,
la clave que encubre
mi lucha por
entender y asimilar tu mundo.