Con su mano en la boca
sostiene una sonrisa fatigada.
Tal vez fuera la última.
Un traje de lunares,
un pelo recortado,
los ojos medio abiertos.
Olvidaron sus párpados pesados
hace ya mucho tiempo
el goce de elevarse.
Como ave de rapiña
la vida le robó lo que más quiso
bastante tiempo antes
de lo que había supuesto.
La otra mano descansa sobre el vientre
marcando lo que fuera
la raíz de mi vida
como si yo acabara de salir
de aquel refugio. Todo es efímero
me dice su mirada
como si terminara de recoger del patio
la última flor marchita del verano.
No tengo una obsesión de eternidad,
menos aún mirando esta mañana
un antiguo retrato de mi madre.