Las palabras también
tienen su noche.
Igual que los zapatos
y la ropa
se quedan derramadas
por el suelo.
Si llega la mañana
necesitan que alguien
las recoja
y las ordene.
Sólo entonces
adquieren un sentido,
aunque tomen a veces
el atajo
de los negros enigmas
en la oquedad de un
verbo
en el vaivén de un
índice
o en la ingrata
mirada de un adverbio.
Como los ríos
a veces las palabras
fueron nieve,
a veces barro.
Derraman sus heridas
cuando llega la noche.