Hoy
me has enseñado algo nuevo, Amor.
Te pregunté ansioso por el Tiempo.
Me
escribiste: no pasa el Tiempo,
no pasamos nosotros ni las cosas.
En
ciclo eterno, siempre igual
y siempre renovado, vamos siendo.
Perdemos
nuestra propia dimensión
en
vientos de metal
y
nos medimos en la nada,
llevados
por el eco
de
ajenos ruidos
e intrusos
pensamientos.
Me afirmaste:
no pasa el Tiempo. Yo soy
Tiempo.
Mi piel desnudo en el otoño,
y
maduro el membrillo y la castaña,
la
uva...; y siembro,
porque
la tierra aguarda.
Yo
me visto de blanco en el invierno
y
paso frío,
enciendo
el fuego del hogar
y atesoro
la vida oculta en la semilla.
Yo
soy la virgen
transparencia:
la gota de rocío que alumbra
primavera, blancura en el almendro.
Yo
soy agua que corre,
Veleta y Mar.
La llamada del sol al brote de la vida en
cada acacia.
Yo
soy Estío. Luz que delinea
en
los cuerpos las sombras y el ciprés
dora.
Soy buganvilla, nube blanca,
y la
amapola. Luego, seré rosas
de
China, seré lluvia, jadeo,
y escarcha...
No
pasa el Tiempo, me dijiste.
Conmigo
tú serás, siempre serás
alborada,
crepúsculo y el sueño
de
ternura que sueña la mañana.