Salimos
en la noche
a
buscar unos trozos de madera
que
avivaran el fuego.
Los
troncos cortados de olivo
esperaban
conformes
para
esparcir su aliento cálido
por
el salón
de
la casa alquilada de Arcos.
Las
paredes se habían
embellecido
adornándose
con pinturas
de
colores alhambra
y
bodegones de ternura.
Como
el verde que llena
los
campos
y el
agua que fecunda los surcos de la tierra,
se
van llenando
de
palabras las casas, de miradas y pasos,
pensamientos
e imágenes, caricias,
de
partes de nosotros mismos
y de
otros que la luz no enseña.
La
lluvia había vestido al pueblo blanco
de
colores oscuros.
Sus
calles empinadas sabían vuestros nombres,
su
azahar habitaba en vuestros ojos,
sembrados
de
números y fórmulas.
Bajo
una manta
andaba
yo atónito y despierto.
Por
ese mundo,
que,
como los dioses antiguos,
creasteis
de la nada
cruzabais
el umbral de las horas
fabricando
sin tregua la trama de los días.
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