Se me escapan las horas.
No se sienta en mi silla en la terraza
la hora de sentir tu desnudez
entre mis brazos,
la hora de encontrar la luna allá en tus pechos
y matizar las áreas de la noche,
la hora de olvidar el campo desolado,
el aullido del lobo detrás de las encinas,
la infame soledad de los deseos.
Las horas peregrinan sin cesar
a la otra orilla
donde el alojamiento de la nada
olvidó despertarme
para seguir muriendo.