Jamás vi tanta luz
del otoño en un rostro como el tuyo.
Dabas luz al salón donde sonaba
el bullicio del mar en la guitarra.
Callado era el deseo y pensativo,
inmóvil como brisa llamando en la palmera.
La caricia que había de llegar
se atrevía a salir de la retina
que no se resignaba a la quietud.
Nos cobijaba todavía aquella
sonrisa cálida de tus labios suaves.
Fue aquel último día de noviembre
cuando el amor pidió asiento reservado.
Después vino la noche y el silencio,
y entre hojas secas
el cierre de cancelas.
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