I.
Cosas menudas.
Hoy me he puesto la armadura
para vivir el día.
Me resultó pesada.
También la mar se agita en mi costado.
II.
Fugitivo y errante
vivo la vida,
porque fui niño y niña
mudo pez en el mar,
árbol y ave.
Me agito entre mortales.
I.
Cosas menudas.
Hoy me he puesto la armadura
para vivir el día.
Me resultó pesada.
También la mar se agita en mi costado.
II.
Fugitivo y errante
vivo la vida,
porque fui niño y niña
mudo pez en el mar,
árbol y ave.
Me agito entre mortales.
El oscurecer ciega los atajos,
respira brisa
y sondea las curvas de las horas sin tregua.
Yo estoy aquí tumbado en el sofá,
entregado a la nada
que fragua en el salón sosiego del otoño.
Tú vigilas el polvo en los cristales,
la transparencia herida,
y contemplas la luna que emerge tras los montes.
Descarnados se escuchan los silencios.
De momento, la luz se lame sus heridas.
Somos espacio y tiempo limitados.
A veces los olvidamos
y todo asume un aire de eterna irrealidad,
de un vacío sin fecha.
Un espacio vacío sin ventanas,
surcado de preguntas, suelos por terminar
y el desnivel nervioso de las horas.
Un tiempo que circula
en lágrimas que rozan las mejillas
como un río de invierno desbordado.
Un éxodo de corto recorrido
en la nostalgia de una luz que pudo
haber sido algo más que la metáfora
de un animal que marcha sobre el fuego.
Por lugares umbríos, por lugares
claros busco tus huellas,
también busco las mías. Nada encuentro.
Los rastros se nos pierden
en viejas galerías.
Porque muere desnudo el horizonte,
porque pesa la noche, el sol helado
y nada es perceptible en el ocaso.
El silencio del sol que del mar sale
distribuye a los seres sin tocarlos,
en su ser los abraza
y los deja vivir
despojado de prisa y de espesura.
Apenas un temblor al enredarse
en el suave perfume de su aceite.
Del ruido posterior
hasta la oruga muere.
Los buitres no soportan el silencio
curtido con la sangre.
Con la luz encendida y las luces
apagadas estoy aquí, Amor,
esperando que rompas tu silencio.
En el salón callado,
de acuerdo plenamente con la nieve
caída,
la mente en blanco
intermitentemente busco el ser
que tu presencia otorga.
Al silencio en tu ausencia
hay que llamarlo muerte de aquel todo
que en otro tiempo, Amor, fuera la vida.
Solamente me queda la esperanza
de que no faltarán
un día aquellas luces que tú enciendes,
aunque hoy la luz se apague,
duela el tobillo,
los minutos parezcan insufribles,
impenetrables,
las flores se asemejen a pálidos reflejos
de animales en celo
y el gris sea dolor bajo la lluvia.
Amor hace sutil a quien es hombre rudo:
yo siempre cito al alba.
Me pasa la jornada
por sus minutos muertos.
Son minutos pesados y vacíos
igual que las palabras
que perdieron su uso y su significado.
Hoy me siento perdido en la palabra.
Quizás sea al revés y es la palabra
la que desorientada
se encuentra con mi día mortecino
en los labios morados de un espejo
o en las perdidas sílabas de una tarde de invierno.
No soy dueño del tiempo, ni del último
minuto ni del viejo diccionario.
Pero es verdad
que a veces una frase hecha puede
servir para sacarnos de un apuro
igual que un horizonte vital inesperado
o el canto del zorzal por la hondonada.