Inundo con grafitos mi crepúsculo,
con duda y soledad como la lluvia
respiro.
Relato mi experiencia,
invento lo que soy
para seguir viviendo en tu recuerdo.
Inundo con grafitos mi crepúsculo,
con duda y soledad como la lluvia
respiro.
Relato mi experiencia,
invento lo que soy
para seguir viviendo en tu recuerdo.
Cuéntale a los espejos
que anduve las laderas de tu cuerpo
evitándote siempre
las palabras más tristes.
Siempre queda el prodigio de haber sido
aun cuando la compacta niebla gris
encubra lo que fuimos.
Del alba y de la noche estamos hechos
y como ardillas rojas deslumbradas
sembramos la mañana de esperanza.
El sol hace los sueños y se marcha.
hay
terrazas que jamás tuvieron un poeta
como árboles secos del barranco
o palomas sin vuelo.
Y hombres que no conocieron la lluvia,
humedad del orgasmo,
porque nunca prestaron atención
a la palabra.
He vuelto a abrir un libro de poemas.
Dentro estaba callada,
como un eco olvidado entre las páginas
una fotografía antigua de mis padres.
Dos nombres evadidos en la nada,
aunque algo quede en mí
de aquello que aquel día ellos fueron.
También la carne es eco en su tejido,
una urdimbre de sombras.
Cuando quieras salir de la órbita oscura
suspende meramente tu desánimo.
Bastará tu sonrisa
descansando sus alas transparentes
sobre aquel universo que tus párpados guardan.
Tampoco, Amor, yo entiendo por qué mi cuerpo ahora
/no es el mismo
y su aliento quedó en las dunas del bosque.
Comienza un nuevo mes.
De nuevo me recoge la palabra
en su seno de barro originario
que rehace paisajes y los rostros
en el devenir brioso de unas sílabas.
De bruces con el tiempo
camino los espacios en penumbra.
Trato de descifrar los que me toca
vivir en la ilusión y el desaliento
mientras gira la rueda de este mundo.
El dolor sin destino
para beber la muerte inexorable,
tatuaje que recubre nuestros pasos
de inocencia, pasión y agotamiento.
Las palabras transcriben. Sólo cuentan.
Se me escapan las horas.
No se sienta en mi silla en la terraza
la hora de sentir tu desnudez
entre mis brazos,
la hora de encontrar la luna allá en tus pechos
y matizar las áreas de la noche,
la hora de olvidar el campo desolado,
el aullido del lobo detrás de las encinas,
la infame soledad de los deseos.
Las horas peregrinan sin cesar
a la otra orilla
donde el alojamiento de la nada
olvidó despertarme
para seguir muriendo.
Ibais por la otra acera
esperando el futuro
que vendrá en otra hora.
Son frágiles las calles.
Os veo pasar abandonado
en las dunas del sueño.
Sois tiempo puro.
Sin despegar mis labios
os grito.
Jamás vi tanta luz
del otoño en un rostro como el tuyo.
Dabas luz al salón donde sonaba
el bullicio del mar en la guitarra.
Callado era el deseo y pensativo,
inmóvil como brisa llamando en la palmera.
La caricia que había de llegar
se atrevía a salir de la retina
que no se resignaba a la quietud.
Nos cobijaba todavía aquella
sonrisa cálida de tus labios suaves.
Fue aquel último día de noviembre
cuando el amor pidió asiento reservado.
Después vino la noche y el silencio,
y entre hojas secas
el cierre de cancelas.
Desnuda la dejaron.
Arrancaron los tilos, extirparon raíles,
hurtaron los tranvías y el paseo,
quedó como una viña sin recursos.
Han corrido los años y la vida
de nuevo ha regresado,
de otra manera sin los grandes árboles
y su verdad de sombras.
Exactamente igual nunca volvemos,
seguramente más desnudos, mutilados.
Mas siempre quedará la nieve al fondo
y la luz de la tarde
donde los niños juegan con la música
que tiembla como un pájaro en el agua.
Van perdiendo mis ojos claridad
pero continuamente en mi retina
se bañan los colores de tu calle.
La vida hace balance. Es propio de la edad,
del desnudo vivir,
de las contradicciones.
A mis años me cuadran el debe y el haber
si tú vienes conmigo en mi paseo.
De noche, cuando sientes tu pobreza
y crece en propio mar negra marea
quedan arena y vientre, sólo idea,
oscuro azar del agua. No hay belleza.
No hay columpios de sol en tu cabeza.
Dolor. El cuerpo solo el viento orea,
su desnudo secreto balbucea
con los huesos saciados de tristeza.
Un ruido de murciélagos desgarra
tu vivir. Es sombrío este oleaje,
marejada de turbias mariposas
como un estrés de moscas y cigarra.
De hormigas en cadena es el lenguaje,
tu piel se cuelga triste de las cosas.
Desconozco por qué somos así,
contradictorios.
Desconozco por qué el mundo existe,
conmigo dentro.
Desconozco por qué todo empezó,
si ya era caos.
Desconozco por qué surgió el azar,
imprevisible
el nacer y el morir y si hay un orden.
Desconozco por qué la eternidad,
y por qué el tiempo.
Desconozco por qué un más allá,
y un más acá.
Desconozco por qué la luz, la noche,
el bien y el mal.
Desconozco por qué Dios es amor,
o si alguien miente.
No te vayas, penumbra,
porque después de ti
no descubro la sed de mi deseo,
el autobús directo al barrio de los sueños:
de plazas boquiabiertas como cuerpos sin amo,
el jardín receptivo, hospitalario
y casas que son alas para volar al sol,
encendidos balcones con olor de romero,
ventanas transparentes
para mostrar desnudos,
desnudos que se aman realizando utopías.
Más allá del trabajo
donde no existe esfuerzo,
más allá del dinero
donde no hay escasez,
más allá del miedo
donde sólo hay espera.
Más allá del esclavo
porque hay libertad,
más allá del acoso
porque solo hay amor.
más allá de la muerte
porque la vida vive.
No te vayas, penumbra,
por favor no te marches,
porque después de ti,
cuando todo se apaga
definitivamente, sola queda
la pupila quemada,
ceniza de la luz
que jamás existió.
El mapa de la vida humana encierra
este olor suave de uvas y aceituna,
este juego de almendros y de luna,
este color del campo y de la sierra.
Suspiros son del hombre y de la tierra
este sol, este mar en que se acuna
y mece el aire. Trinos. Voz ninguna.
Un llanto y un adiós el ciclo cierra.
Viajeros del ayer hacia el mañana
somos cuerpo de nada enriquecida,
temblor de un sueño azul, dolor que mana,
caricia, soledad, carne mordida,
paisajes de la luz, penumbra humana,
un nombre entre silencios. Despedida.
Con su mano en la boca
sostiene una sonrisa fatigada.
Tal vez fuera la última.
Un traje de lunares,
un pelo recortado,
los ojos medio abiertos.
Olvidaron sus párpados pesados
hace ya mucho tiempo
el goce de elevarse.
Como ave de rapiña
la vida le robó lo que más quiso
bastante tiempo antes
de lo que había supuesto.
La otra mano descansa sobre el vientre
marcando lo que fuera
la raíz de mi vida
como si yo acabara de salir
de aquel refugio. Todo es efímero
me dice su mirada
como si terminara de recoger del patio
la última flor marchita del verano.
No tengo una obsesión de eternidad,
menos aún mirando esta mañana
un antiguo retrato de mi madre.
El sujeto ha menester recogerse
en sí mismo, tender la vista
a la totalidad del horizonte
y consagrarse a su exploración laboriosa.
F. Giner de los Ríos
Paseo por los mundos que jamás
existieron, me alejo
escrutando otra luna
en esta madrugada
que cae y se levanta
beoda entre confusos balbuceos
de todo el vecindario.
Me he apontocado en la rutina
de la espuma de afeitar y del agua
y acomodado en tan frágil alféizar
he abierto los ojos
como quien abre el objetivo
de una cámara
y ha decidido
la espera
de un hermoso paisaje.
Ya estuve en estos huecos,
los turbios callejones que enfrían la mañana,
los eclipses que llenan
de vaciedad y tedio mis bolsillos.
Me ha amparado la radio
con coplas y presencias
y, aunque la cara borrosa de Marte
sólo fuera una vieja
colina,
me prometo a mí mismo
tender la vista
a la totalidad del horizonte
y seguir explorando.
Amanecer vestido de ternura
y sol. Juega en mi piel
a los pies de la cama.
Todo el mediterráneo en la terraza
moviendo las cortinas con su música
de brisa azul y agua.
Al silencio le puse un nombre antiguo
“Ulises”, el que vuelve al hogar
con el reloj parado.
El instante es herida que se abre
a otra herida. No olvida
descubrir el amor detrás del cuento.
Digo “vale” y mejoras
la luz con tu desnudo. Sólo soñé la muerte.
Dos cúpulas muy blancas
allá en la lejanía
donde el monte se crece en primavera.
El universo se abre azul y mar
en tu saliva
que espera la llegada del ocaso.
Me pierdo en las veredas.
Entra dentro de ti...,y si hallaras
que la naturaleza es mudable
trasciéndete a ti mismo.
San Agustín
He pulsado el botón de encendido
y he abierto el archivo
donde el agua se estanca.
La memoria acrisola las vivencias
que luego pasarán a papeleras
eternamente planas del olvido.
Dentro de mí se espesan los instantes.
Presencias
que no exigen correo electrónico.
La vida es aquel mar.
que abarca en sus orillas
la variedad —que nombran los filósofos—
del ser y lo sentido, la que sólo,
borrada la pantalla del no ser,
alcanza la poética intuición.
Todo cambia sin que pueda palpar
su esencia más pura.
Pero mientras el vaivén de luces
que se encienden y apagan
disuelve nombres
y las sombras progresan,
avanza
el centro que te llama
al otro lado
del túnel.
Me miraron dos búhos
llegados de Venecia
donde fabrican búhos de cristal.
Son tiernas sus pupilas
azules como el mar
y el agua que murmura en sus canales.
Se ahondan las orillas
por las aceras rotas.
y las faldas caladas.
Puente de los Suspiros
entre la densa niebla donde el amor descansa.
Madura la estación el azofaifo
y nos da la medida del otoño.
El tiempo se confirma entre los árboles
en un volver callado
preparando sus frutos.
Presenta el limonero sus creaciones
verdes junto a la yuca y el laurel,
y se hermanan naranjas y guayabas.
No sólo caen las hojas
hasta cubrir la tierra.
El sol arropa nuestra piel desnuda,
nos traspasa en silencio recogido
en orgasmo otoñal.
Cuando os veo a las cuatro
aprendo en vuestros ojos
el canto de los pájaros,
el olor del olivo y las naranjas,
el juego de las nubes con la brisa,
de la hierba y la lluvia,
los suspiros del mar y de mi monte
sobre la arena y rocas de la playa.
No me iré mientras vea
correr la lagartija entre las piedras.
I.
Cosas menudas.
Hoy me he puesto la armadura
para vivir el día.
Me resultó pesada.
También la mar se agita en mi costado.
II.
Fugitivo y errante
vivo la vida,
porque fui niño y niña
mudo pez en el mar,
árbol y ave.
Me agito entre mortales.
El oscurecer ciega los atajos,
respira brisa
y sondea las curvas de las horas sin tregua.
Yo estoy aquí tumbado en el sofá,
entregado a la nada
que fragua en el salón sosiego del otoño.
Tú vigilas el polvo en los cristales,
la transparencia herida,
y contemplas la luna que emerge tras los montes.
Descarnados se escuchan los silencios.
De momento, la luz se lame sus heridas.
Somos espacio y tiempo limitados.
A veces los olvidamos
y todo asume un aire de eterna irrealidad,
de un vacío sin fecha.
Un espacio vacío sin ventanas,
surcado de preguntas, suelos por terminar
y el desnivel nervioso de las horas.
Un tiempo que circula
en lágrimas que rozan las mejillas
como un río de invierno desbordado.
Un éxodo de corto recorrido
en la nostalgia de una luz que pudo
haber sido algo más que la metáfora
de un animal que marcha sobre el fuego.