El oscurecer ciega los atajos,
respira brisa
y sondea las curvas de las horas sin tregua.
Yo estoy aquí tumbado en el sofá,
entregado a la nada
que fragua en el salón sosiego del otoño.
Tú vigilas el polvo en los cristales,
la transparencia herida,
y contemplas la luna que emerge tras los montes.
Descarnados se escuchan los silencios.
De momento, la luz se lame sus heridas.
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