Ahora
no hay ciruelo.
Quedó
sin darse cuenta
sin
savia en la cuneta
discreto
como un pájaro dormido.
Ocupó
su rincón la niebla fría
cansada
de vagar al son del aire,
de
remontar barrancos
y
humedecer la piel del lobo en la alameda.
Yo
le hablaba de Carmen al recoger su fruta,
de
las rosas que herían su costado,
del
jazmín en sus ramas
enredado
de amor ya fallecido.
Hay
poco que decir del fugitivo y gris atardecer.
La
niebla es animal hambriento que devora los paisajes.
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