He
removido
con
el atizador de mis baladas
cenizas
de la noche.
Son nieblas
roturadas
del
aire.
El
pájaro violeta,
caído
de sus sueños,
se
deslizó como agua,
por
la roca y la penumbra.
Agrupó
la inquietud
de
cal en la palabra,
que
huye conmigo del asfalto,
con
la génesis fatua
del
ascua y la quimera.
La
aguja del deseo
y
las hebras del tiempo
tejieron
para mí
una
red de azahar y de tomillos.
Y el
fondo de tus ojos, sin mirarte,
me
regaló semillas
de
peces vivos,
una
poda invernal,
un desnudo
temblor
del
monte, una balada de acuarelas de sol.