1 de septiembre de 2015

SOÑÉ CON SER UN MIRLO

Soñé con ser un mirlo arriba en la farola,
corría el mundo humano de un lado para otro
en la espesa penumbra de sus danzas
sin pausa.

No hay claros en el bosque, sólo juega la prisa
que anula las distancias
 y derrota los límites del cuerpo.

Era negra la música, las voces
como mis alas negras, pesadas, inclementes,
sin flexibilidad para volar al sol,
porque ya no había espacio para el canto de un mirlo.

El tiempo era un vacío.

Necesito silencio para oírme,
para jugar con vientos que se duermen
allí donde madura el compás de la aurora.

Necesito el silencio que la noche alimenta
en los ojos del búho para oír de los pinos
a qué sabe el roer de los insectos.

Me seduce el sosiego de aquel humo
que duerme en la palabra
y se eleva en columnas por la vega.

Echo de menos luces,
geométricos dibujos que trazan las farolas,
los troncos donde corren las ardillas.

El mundo se reviste de miradas perdidas
mientras huelen mis sábanas
los aullidos cercanos de la ciudad nocturna.


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