Me
es difícil ver las guaridas del viento
allí
donde despierta la calima
y
extiende su espejismo por las horas.
Entre
él y yo jamás hubo consenso.
Nada
mío retiene su partida
nada
suyo provoca mi regreso.
Las
rocas se deshacen como labios moribundos
y
vuelven a temblar las ramas en el bosque.
Se
levanta la piel de los cristales,
no
pueden conciliar el sueño las ventanas.
Yo
soy la calle donde nunca el día amanece,
donde
las sombras llegan con gruñidos
y
huyen igual que moscas envidiosas del aire.