Buenas tardes, Amor.
Deseas saber lo que pienso
de la amistad.
Te escribo para darte gracias,
porque ayer una vez más
estuviste a mi lado.
A Marisa
Encerrados en jaula de cristal,
rodeados de miradas extrañas
y sillones marchitos, tú y yo.
Hablamos de lo azul,
poesía y supuesto desamor.
Nos cercaban ruido y prisa.
Sentíamos el dolor del metal,
que siempre penetra inesperado
por las carreteras secundarias del olvido
y deja, luego, profundos socavones
en la cruel autovía de las horas
Hablamos del poder del hombre,
de su capacidad de amar, crear y conocer,
y de cómo al mar
de la ternura confluye en estas aguas;
de robar su piel al mundo.
La sublime alquimia de lo azul,
que transforma en belleza los cuerpos,
templó las relaciones, los pensamientos,
el café y las voces,
los minutos desbocados del reloj.
Cuarenta y dos años y el tiempo se detuvo,
tus pupilas desnudaron unas lágrimas.
Acariciaron tu piel levemente las yemas
de mis dedos —suave tu rostro—.
Tus ojos y los míos
dieron gracias al hágase la luz
porque una vez más engendraron amapolas
los balcones,
y de barro simplemente humano
un nuevo mundo crearon
dos seres, el gesto y la palabra.
Consérvate bien