Se extienden por el
monte
las sombras de la
tarde,
desparrama alcazabas
tu guitarra
por neblinas de olivo
y ramblas de
recuentos y de años.
Descansan en sus
nidos
rotundos el olvido
y los rojos suspiros
del granado
como yacen los besos
y caricias
en los barrancos
prietos de la carne.
Se llenaron de
almendras
y de aguas de tu
vientre
todos mis surcos.
Luego
el salmo del poniente
recubrió
de nostalgias el
cuerpo del manzano.
De la mar a la mar
un vuelo. Y en la mar
estelas, bodegones,
blanca luz
en sumergidos odres,
silencios de jazmines
y naranjos.
Desnudos como el
polvo
en mis manos racimos
de ternura
que el aire del otoño
esparce y mueren.