En
su nido se aquieta la paloma.
Llueve.
El aire estremece las copas de los álamos
y me
altera la cara con su frío.
Ella
no tiene edad
ni
siquiera murmura una tristeza,
espera
simplemente su momento
de
dar a luz el huevo
callado
en sus latidos, no le importan
ni
el vaivén de las hojas ni el ritmo de las horas
encogido
en sus alas.
Mis
pasos, entre tanto, cortos y húmedos
siembran
el ruido humano en las aceras
donde
a nosotros mismos nos mentimos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario