No se debe enjaular la luz
en los despachos.
Por eso, yo dejé desnudas mis vivencias,
libres junto a la encina mutilada.
La alambrada cercena las veredas
y la sierra quebró en mil pedazos
los álamos del río.
En las eras un grito antiguo de mujer
y un canto de zorzales. La aceituna
en la ladera yace muerta; en la nostalgia
la voz del jornalero, las mulas y el arado.
Sólo el musgo concluye el cortijo sin hombres
y pone algo de pulpa en la explanada.
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