26 de agosto de 2014

LA IMAGEN DE MI CUERPO TACITURNO



Nos subimos al coche
recostados en los asientos
comunes del recuerdo.
Después recorrería yo solo las aceras
sociables del domingo.

La escueta geometría del olivo
nos transportó
por las hipotenusas invisibles
y teoremas del tiempo
hasta la casa inexistente
donde jugaron nuestros hijos.

Un seco escalofrío del invierno
había borrado
tiritando la blanca fachada y el balcón
pintado de verde. Los árboles
talados y sumidos en su amnesia,
miraban neutros y distantes.

Allí estaba el pequeño parque
y el mismo viejo
que seguía leyendo
idéntico periódico
en un antiguo banco enmohecido.

Subimos a la habitación.
Una vez más se equivocó
de piso el ascensor.
Igual que mi memoria
vagaba perplejo entre nieblas
desde el hoy al ayer repasando balances.

Luego, el desnudo espejo del hotel
me integró sin pasión
la imagen de mi cuerpo taciturno.

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