28 de junio de 2013

NÚMEROS DE LA PRIMITIVA


El que se avergüenza de las capacidades
gozosas de su cuerpo es tan bobo
como el que se avergüenza de haberse
aprendido la tabla de multiplicar.
          F. Savater

Yo quiero ser nueve de enero
como la vid quiere ser septiembre,
sin esperar a que la estadística
me sea favorable.
O tal vez tres de febrero
después de encenderse la plaza
con tapias escaladas, danzas y hogueras.
Yo quiero ser pacífico viento de marzo
sin olor a petróleo y sangre derramada,
aunque se hundan las torres de Manhattan
y se derrumbe la bolsa en Wall Street.
O acaso ser olivo en la piel de abril,
luna llena que se llena de trama
mientras la leña arde con el canto del cuco.
Yo quiero ser treinta y uno de mayo
cuando corre el fino frío de baile
y madrugada, y tiembla tu cuerpo cancelada
su radiografía en el cajón de la cómoda.
O quizás ser contigo veintiocho de junio
en un «sí» espontáneo a la vida
que nos brota de dentro.
Yo quiero ser, sin dudarlo, quince de julio,
—o veintidós de agosto—
donde tu nombre se hace cante viejo
y alameda, vibra la carne
con llantos de niño
y la tarde es útero de la luz,
transparencia del mar y de la tierra.
Yo quiero ser un septiembre lejano,
alojarme en la ternura de un trozo de pan
y una jícara de chocolate,
aunque las pensiones peligren.
O, si lo prefiere el destino, ser octubre,
templo y mar acotando el cielo azul
al hilo de la vida.
Yo quiero ser trece de noviembre,
aunque sin esperarlo
se haga presente un viento de muerte
con llaves arrojadas a la playa del olvido,
y ser once de diciembre
cuando el regazo de la nieve y el frío
equivocaron mis cuentas.

No me avergüenzo de haber aprendido
la tabla de multiplicar.
Se puede ser un buen hombre
de muchas maneras, pero no hay rebajas
en estos grandes almacenes
y me limito a contar el cuento
de estos números que buscan primitiva.

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