Quedó
colgada mi razón
en
la percha sin luz del aguacate.
Sin
rumbo navegó mi pensamiento
en
las hojas movidas por el viento
tal
vez por el olor de aquel azul
que
el agua mece.
No
jugó la palabra a ser amanecer
ni
la línea
a
traspasar el sentimiento.
Agonizaba
la
carne lentamente
sobre
el nacarado cristal
de
un deseo imposible, mientras se deshacía
la
tarde en un eructo de tiempo mineral.
Los
nombres declinaban
sus
casos,
los
verbos conjugaban
sus
voces
convocando
a los sueños.
Los
cálices vacíos, los sentidos vacíos
como
los cauces sin metáfora
de
las calles de cal y paredes en ruinas.
Sólo
un grito telúrico
de
soledad y olvido
me
humedecía,
me
acumulaba en bloques
donde
las nubes duermen
el
césped del verano
rendidas
por el peso de una sombra
o
de un hueco.
Una
niebla finísima, hecha de suave roce
y
de nocturno vértigo
me fue pausadamente confundiendo
con
el monte de almendros.
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