Seguía
abierto el callejón
del
Beso.
No
lograron cerrarlo
las
nubes, el agua, las hojas
caídas,
los vientos del norte,
la
sequía, la lluvia,
el
olor a tierra, los surcos,
las
rejas, la noche o el tiempo.
Solitaria,
empedrada,
casi
horizontal, en tu rostro
ponía
olor
de
geranio y de tarde albaycinera.
Para
llegar allí
habíamos
dejado atrás
la
Placeta del Mentidero,
Paseo
de los Tristes, Calle Convalecencia
y la
Calle del Aire.
En
la esquina que tiene forma
de
un cuatro una vez más
consumó
su destino.
Nos observaron
complacidos
la
torre del santo Gregorio
y
los altos cipreses.
Retirados
sonaban rasgueos de guitarra
y
cerca,
muy
cerca, las voces amigas
que
salían del número catorce.
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