No
es fácil entrar en tu contorno
a
través de mis manos abatidas
y
avistar tus latidos.
Nos
unen las preguntas, un reloj relativo
y unas
paredes grises.
Palabras
de otro tiempo
que esperanzas sembraron y pájaros nocturnos.
Sin
embargo, esta vez
no despojó
mi casa la apariencia
de
una luna vacía
ni
hubo gotas de plomo
que
surcaran mi vientre.
Me
desperté a tiempo.
Atravesé
la puerta que me abriste
y
encontré aquel extraño prisionero
dispuesto
para oír el balbuceo
del
universo entero
en
la fragilidad de un beso
o en
la luz desguazada de una idea.
La
vida siempre fue verdad, latido
porque
somos materia de utopía.
Nada
nos pertenece, ni la niebla
ni
el hueco entre las sábanas,
mientras
alimentamos el desnudo
impalpable
del vértigo.
Me
has ofrecido, Amor,
mirar
juntos al mar, sentir su desmesura.
Cantar
contigo un cante de frontera,
hoy,
precisamente hoy,
cuando
se parten los relojes
y
aún suena tu música.
Solamente
nos quedan
playas
y arena.
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