Me
senté en la terraza donde escucho
el
canto de los mirlos. La pequeña cascada
alegra
el vaivén del eucalipto
que
llena de hojas secas las vertientes
del
azarbe. La ardilla retoza en el nogal.
Dejé
que la basura de mi mente
quedara
consumida por el sol de la tarde
y mi
cuerpo cubrieran el agua y tus canciones.
Tú
me esperas y yo siempre regreso.
La
belleza rebosa el hueco del instante.
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