No
olvida el desayuno recordarte
que
un nuevo día surge para amar,
que
cada noche ansía su poema.
La
vida va de prisa con la luz.
Se
arrastra y se repliega con las quejas
del
crepúsculo. Luego ya no somos.
Somos la oscuridad que invita al verso,
al bostezo insalvable de una cuenta
abierta por el tracto de los cuerpos.
No atenaza la noche la palabra.
Va cayendo en el verso como el lúcido
pillaje de unos sueños, el poema
que dejaron vacío las hormigas,
y que luego rimaron nuestras sábanas
al cálido contacto de tus muslos.
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