Cuando
llega el otoño apuntan claridades,
la
algaba reflexiona
y
en un crujido de hojas se desprende
de
aquello que creyó fundamental
en
sus trasnoches y hoy le sobra.
Como
un hueso roído por bandada de buitres
asume
su creciente desnudez.
Ya
no importan las dudas, los deseos
de
bailar con el agua y sus secretos,
de
despertar pasión en la arboleda,
de
lavar con saliva las ingles del amante.
Desnudos
los paisajes como lobos
hambrientos
divisan
su futuro en los insomnios
y
buscan su guarida en ocres y amarillos.
Sentir
apenas puedes tus desnudos,
confiarte
en sus silencios de nogal.
Los
surcos de otra piel no te alimentan,
dientes
de yedra fría corroen el tejado
de
un octubre sin velas.
Mientras
tanto, como hojas secas llegan
movidas
por hormigas
ideas
que no encierran ni presienten
bajo
esta tenue luz otro universo.
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