Ella
amaba su tiempo.
Cada
mañana
recorría
su orilla
con
los pasos precisos
dentro
del barrio.
Las
palomas zurean
convocando
a los gatos
que
corren la cornisa.
Dejan
pasar las nubes
al
sol de otoño
como
ventanas.
Ella
contempla
la
senda de los niños,
la
enfermiza silueta
del
trotamundos
con
su mochila al hombro.
No
se detiene,
algún
lugar del mundo
la
solicita
para
seguir viviendo.
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