No
sé cómo sucede pero a veces
el
tiempo me parece detenido.
Los
días son exactamente iguales,
la
luz se abre, confina la penumbra
en
su marea y luego le da cita
invariablemente.
Los
“buenos días” dejan paso
al
“buenas”, “buenas tardes”.
Los
mismos rostros.
Unas
veces dormidos hablan solos,
otras
veces agitan un teléfono
o
un vaso de cerveza.
Sin
molestar, al otro lado observo
los
pechos de una chica. Da lo mismo.
Tengo
la certidumbre
de
habérmela encontrado ya mil veces.
Mis
pasos son medidos por el ruido
de
los coches en marcha,
facturan
prisas
que
hacen largas las calles
porque
todo transcurre como si fuese ayer.
Los
árboles persisten marcando las aceras,
acogiendo
a los pájaros
que
consumen las migas del librero.
He
comprado el periódico
y
el pan de leña a Rosa.
No
son buenas noticias. Como siempre.
No
cambian los políticos
sus
modos ni discursos.
Contemplo
los semáforos y veo
verde,
amarillo y rojo. Demasiado.
No
sé si tengo ya alucinaciones
o
sólo soy rutinas
de
un día repetido.
Me
miro en el espejo. Sin piedad
la
luz vigila los contrastes.
No
sé si pasa el tiempo. Sin embargo,
se
contraen los ojos,
se
ahondan las arrugas
de
aqueste viejo mundo.
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