28 de enero de 2019

LA ENCONTRÉ SOBRE LA LUZ

Contento, hoy, Amor,
te recuerdo aquella soleá,
cantar bendito andaluz:
«Tengo un molino que muele
azúca, canela y clabo
lo que mi chiquiya tiene».


La encontré sobre la luz
de una estrella
—acequia y agua—
retozando pequeñita
entre cuerdas de guitarra.
Tenía el aire de la aurora
cuando, alocada y traviesa,
pinta de rosa las casas.

¿Sus labios? Dos buganvillas.
¡Brujillas de mi terraza!
¿Sus manos? Una mañana
de sol, pétalos en lluvia,
sortilegio y azalea.

¿Sus caricias? Tiempo quieto,
cante viejo y alameda,
golondrinas, ramillete
de jazmines y celindos,
noche de plata: ¡candela!

  
Y sus ojos grandes, fuentes
de Darro y Genil abiertas,
hablaban de la placeta
de S. Nicolás, Paseo
de los Tristes, de la Larga,
y del Puente del Cadí,
de la Puerta de Alhacaba,
de la voz del almuédano,
fiel, llamando a la oración
desde alminar de Santa Ana.

Su nombre... velos, ajorcas
y zarcillos -¡llamarada
de limones y naranjas!—,
rebeldía del pasado
a las campanas. Es huerta
teñida de roja sangre
su piel, tierra fértil, vega.

Su cuerpo, como ejercito
de alfanjes sobre la noche,
de olivos sobre la cuesta,
de acuarela y Jabalcón,                  
viento y quejío, veleta,
viña, nardo, olor de sierra,
desierto, cuevas y rambla.

Con dulzura me miró,
y prendido, Amor, quedé
como suspendidos viven
los nenúfares en agua.


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