Zureo
de palomas en los álamos
que
se deja mecer por el viento
tutelado
de obstáculos.
No
llueve en los vacíos,
simplemente
tantea
con
sus manos abiertas las heridas,
el
peso de la rama en soledad y tristeza,
y llama.
Mi
piel también zurea su amargura
sin
lluvia
ante
la otoñal puerta del deseo.
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