Al mismo despertar busqué mis brazos.
Se los llevó la noche hacia el oscuro círculo
que frecuenta la muerte.
La casa y las paredes eran hielo,
las láminas de hielo que custodian la nieve
y convierten al sol en pura transparencia.
Congelada la entraña del invierno,
endurecida,
es duda si mis manos volverán
a despertar al menos una vez
en el estío.
Mi memoria no guarda ningún rastro
de un frío tan profundo.
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