La
plaza se cerró con los dormidos
párpados
de los niños.
Bajo
el cartón la anciana pordiosera
acurrucaba
el frío.
La
fuente agonizaba sin la luna
y el
peso de la noche.
Las
calles digerían la negrura
y el
vacío cebado por las sombras.
El
hospital cercano piadosamente
daba
su último parte de la muerte.
Todo
sigue su curso establecido:
el
huraño espejismo de este mundo.
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