19 de noviembre de 2014

EL PAN DE LA MAÑANA

Con la mañana llegas,
con la alegre sonrisa del pan tierno
y llamas a mi puerta dejando con tu bolsa
un antiguo deseo de saber
que no quedó perdido sobre una vieja tapia
en el apeadero forzoso de los libros.

Me preguntas por este incomprensible
universo que cruzas cada día
con faros encendidos para calmar el hambre.

No entiendes su posible y gris final
ni qué fuerzas lo obligan y lo avivan
ni cómo se coció sin un respiro
sobre los ingredientes
de materia, partículas y luz
su sopa cálida.

No son, según se dice, el tiempo y la distancia
ancianos que inseguros
bajan el ascensor de un edificio,

sino amantes que expanden
perplejos e impacientes las cenizas
de lo que fue
por el negro agujero de los siglos
y esparcen las semillas de aquello que será
sobre ardientes cunetas de estrellas moribundas.

Nadie sabe seguro
si la forma posible por venir
será cerrada, abierta o quizás plana.

Tampoco nuestro viejo y cruel mundo.

Me gusta imaginarlo dilatando,
contrayéndose,
como un gran corazón
que comparte consciente sus latidos,
mientras me desayuno con aceite de oliva
tu pan de esta mañana.


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