Con la mañana llegas,
con la alegre sonrisa del pan
tierno
y llamas a mi puerta dejando con
tu bolsa
un antiguo deseo de saber
que no quedó perdido sobre una
vieja tapia
en el apeadero forzoso de los
libros.
Me preguntas por este incomprensible
universo que cruzas cada día
con faros encendidos para calmar
el hambre.
No entiendes su posible y gris
final
ni qué fuerzas lo obligan y lo
avivan
ni cómo se coció sin un respiro
sobre los ingredientes
de materia, partículas y luz
su sopa cálida.
No son, según se dice, el tiempo
y la distancia
ancianos que inseguros
bajan el ascensor de un edificio,
sino amantes que expanden
perplejos e impacientes las
cenizas
de lo que fue
por el negro agujero de los
siglos
y esparcen las semillas de aquello
que será
sobre ardientes cunetas de
estrellas moribundas.
Nadie sabe seguro
si la forma posible por venir
será cerrada, abierta o quizás
plana.
Tampoco nuestro viejo y cruel
mundo.
Me gusta imaginarlo dilatando,
contrayéndose,
como un gran corazón
que comparte consciente sus
latidos,
mientras me desayuno con aceite
de oliva
tu pan de esta mañana.
No hay comentarios:
Publicar un comentario