Yo
me quedé al borde de la aurora.
Un
olor de violetas me envolvía
y el
temblor de la mar.
Era
la voz antigua de la tierra.
Me
iniciaba a través del abandono
en
palabras y símbolos sin dueño
dosificando
el tiempo que la piedra
amansa
y en el mármol gris respira.
El
silencio me abría sus adentros
donde
el instante es germen, fuego, luz,
el
mundo de la sangre donde la claridad
sobresale
en la noche y en el caos.
La
indestructible noche de la vida.
No
podía intuir el punto desigual,
la
cambiante oquedad.
Bajo
llave la orilla imaginaria.
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