A la
memoria oscura de mis dedos torcidos
acude
silencioso el tacto de la tierra.
Me
deslumbró una luz huidiza, inexistente.
Yo
preparé el seno de los álamos blancos
y
convoqué al amor en el Campo del Ángel,
delineé
la acequia por donde corre el agua
y
presentí las huellas que dejaron las águilas
por
los cárdenos montes y la vieja llanura.
Hundí,
luego, mis manos en las aguas del mar
donde
morabas tú. Y corrieron los años.
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