Todo tiene un final, todo termina.
No
hay eterno retorno,
nuevo
salir del sol tras los ocasos
del
amor, el prodigio de la vida.
No
hay eterno retorno,
lúcido
resurgir del entusiasmo
en
los vientres obreros de la hambruna.
Dicen
que no hay retorno
cuando
el síntoma se hace enfermedad
incurable
y maldita,
cuando
fueron engaño las palabras,
un
mar de peces muertos en la orilla
donde
surgió la carne.
Porque
todo es anuncio, primer aire
de
desembocadura en el nacer
del
río, en el jadeo
de
aquel olor de tierra que la noche
excava
en la mañana.
Todo
tiene un final,
también
la soledad que va creciendo
sin
pausa y al compás indescifrable
que
desgasta los nombres.
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