Una conversación
abren mis manos
sobre el diván
desnudo de tu cuello.
Yo soy una ventana
con los cristales rotos
por donde ingresa el
frío.
Espacio de acogida
son tus brazos
abiertos por la brisa
del monte y las almendras
en la calle geranio,
mirador compartido,
aunque ya no haya
fuente
y la higuera esté
seca
y en la terraza
duerman por ahora
los caballos que
montan la canción del verano.
Reconozco mis
límites.
Coinciden como labios
que se cierran
al percibir los
tuyos.
Mis latidos sinceros
recogen en su aljibe
el agua de tu lluvia
en mi costado.
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