Más
allá de los círculos del frío
tus
labios yacen cálidos
guardados
en vasija
de
barro y plata.
Poca
leña se precisa
para
encender su fuego.
Tal
vez la curvatura de un relámpago.
Acaso
unas palabras
como
el viento que empuja a las ardillas
o
quizás la mirada de un corcel
sobre
el rayo caído.
Célame
con su roce, desnuda mis sentidos
que
no dejen de arder bajo el cálido tronco del olivo
donde
el topo dormita.
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