No
siempre mi memoria es cristal reluciente,
ajada
por la niebla doliente se desangra.
Se
disipa su vida a bocanadas grises,
como
el otoño deja sus hojas en mi puerta
gastada
su dulzura, secas y silenciadas.
Me
seduce el olvido con su tacto callado
y su
amor sin promesas. Hoy, los hibernadores
del
poniente vacíos me pedían la luz
que
consumada fue en surcos de tu cuerpo
y el
deje de tus labios. Tal vez fuera un desgarro.
En
la niebla la luz concluye desangrada.
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