Me he bebido
el café que has preparado
con
los ojos cansados de la siesta,
sabor
a mar de tarde derretida.
La
luz de la mañana
fundida
en el azahar de los naranjos
había
dejado paso a la tristeza.
Las
nubes retornaron al ahogo
de
los ojos cansados y sin lluvia,
la
arena que disuelve los azules.
La
luz de la mañana
lo
sabía y su espalda calcinada
por
el anochecer se volvió negra.
Me
gusta el café solo, que me trae
a
los ojos cansados la frescura
de
una niñez de olivo y aguardiente.
La
luz de la mañana
había
sido memoria de noches con memoria
donde
el amanecer no fue al desguace.
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