Junto
al arado guardas sus cenizas.
Deliras
con tus ojos encendidos
por
la aurora en la cima de los montes
y
esperas que perciba todavía
el
rojo amanecer en el azul del mar.
El
temblor del pasado sigue vivo
en
ti y va contigo más allá
de
la urna de barro que la tierra
acoge
como hogar imperceptible.
Mientras,
la brisa errante y fugitiva
por
los arcos del porche
su
olor te deja.
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