Yo
sólo soy un índice
que
acoge paginando los poemas
que
al paso se agruparon en mi cuerpo.
La
página inicial en la pupila,
donde
dejaste el mapa
velado
de tu piel, es el preludio.
Diez
baladas componen la primera
parte,
todas escritas en los dedos
de
mis manos. Baladas del proscrito,
de
la góndola oscura,
del
sabio buscador de los orgasmos,
baladas
de pulgares asociados,
baladas
del anillo,
del
corazón desnudo,
balada
a lo pequeño en la espesura.
Hay
poemas que buscan
terrazas
soleadas.
No
caben en el pecho
los
que cuentan urgencias
y en
jaula de cristal cierran los lunes,
los
que toman café con el otoño
y
describen la mar como destino,
los
ritmos de la sangre
como
un hacerse lento de la nada.
Provincias
de tu cuerpo tan ocultas
que
sólo admiten versos rituales
también
están firmadas en el mío,
y
sólo tú lo sabes.
Sustancia
de mujer en sexo cálido,
pezones
y salivas que dejaron
su
huella de cerezas y de espumas
como
bibliografía,
fragancias
que maduran en su tiempo.
Sólo
falta el epílogo, los labios
que
guardan como cofre sellado su secreto,
prohibida
epifanía de los nombres.
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